Unos 15 días antes de la Noche Buena de 1994, Javier Pertúz se subió en un bus que partía de Valledupar a Bogotá. Su equipaje era una bolsa plástica que llevaba en su mano, allí tenía su única muda de ropa, mojada.
La persona que lo ‘empacaba’ en este bus era su madrastra. Sin despedirse ni importarle la suerte de Javier, el único gesto ‘amable’ que tuvo la mujer fue indicarle al conductor que "ese niño iba para Bogotá".
Él, con tan solo 6 años de edad, inocente del recorrido y de su destino, miraba por la ventana. Sentado, junto a las maletas de los demás pasajeros, observaba una gallina que cacareaba cada vez que frenaba aquel bus.
Perdido y sin amparo
Después de largo viaje, a las cinco de la mañana del 10 de diciembre del 94, el carro viejo llegó a la Terminal de Transportes de Bogotá. El niño bajó con su equipaje, buscó la puerta de aquel lugar y empezó a circular sin rumbo. Caminó y caminó hasta que sus piernas se cansaron, no sabía en qué lugar transitaba, solo quería ver a su mamá, comer algo y jugar, jugar y jugar.
Alrededor de las 12 del medio día, Javier llegó a un lugar que en la actualidad recuerda mucho. Desde lejos, el sitio se veía sucio, lleno de humo y de personas, pero le llamó la atención y entró. Allí veía personas risueñas, algo malolientes y sucias; algunas gritaban, otras se tiraban al piso. Inocentemente, Javier esperó, se sentó y sin pensar en horarios, en su hogar o sus juguetes, se olvidó de sus necesidades.
Miraba todo con curiosidad. Se sentía perdido aunque por su corta edad no supiera el verdadero significado de esta palabra. Llegaba la noche y el territorio se ponía pesado, oscuro y frío. Había grandes llamas de fuego... Está sería una larga y desconcertante historia que el chiquillo empezaría a vivir.
Un hombre de los grandes jefes de este lugar se acercó a Javier y le dio una bolsa con agua, le preguntó de dónde venía y porqué estaba allí. Él le contó que su madrastra no lo quería y que su papá se fue a trabajar, más que de pronto resultó en un bus y que ahora estaba ahí.
Llorando y llevándose sus manos a los ojos, le dijo a aquel señor que quería a su mamá, que lo único que quería era a su mamá. "A esa edad, aparte de jugar en un lugar solo y desamparado, uno quiere verdaderamente a su mamá", asegura Javier Pertuz. Cuenta que aquel señor lo metió en un cambuche y le dijo que se calmara; que tal vez algún día su mamá vendría por él.
"Mi mamá verdadera estaba convencida de que yo estaba con mi papá en Valledupar pasando Navidad. Pero yo en realidad estaba en el Bronx -la antigua Calle de ‘El Cartucho’ en Bogotá- mientras que mi madrastra le mentía a mis padres sobre mi paradero".
Javier pasó la noche del 24 de diciembre en ‘El Cartucho’, entre el abrazo perverso de las drogas y el calor de otros caídos en desgracia. Le habían cambiado sus juguetes por bazuco, pegante y otras alucinógenos.
Con el paso de las horas, los días y los años, le cogieron confianza, lo amarraron a su estilo de vida, le enseñaron a sobrevivir y lo bautizaron con nombre de novela ‘El ángel de las cenizas de ‘El Cartucho’, aquella flor blanca que veía en novelas en un pequeño televisor que tenía el jefe de la zona.
Reencuentro inesperado
Un día, como en la ficción, un reportero llegó a la calle de ‘El Cartucho’ para preguntar quién era el televidente más fiel de la novela ‘Betty la fea’ y apareció Javier, el esquivo ‘Ángel de las cenizas’.
Su mamá se había resignado a la pérdida y ahora Javier le pertenecía a la calle. Sin embargo, su mamá llegó a ‘El Cartucho’ por medio de aquella nota periodística. La señora lo vio, se sorprendió y trató de abrazarlo, pero Javier llorando le dijo: "Yo mañana voy a la casa, yo mañana voy a la casa, yo no quiero ir hoy". En su segundo intento, la madre lo tomó en brazos y allí surgió el reencuentro, con algo de rechazo y ganas del desapego a la calle.
Dos meses transcurrieron. Esta vez, intervinieron instituciones y la Fuerza Pública, que lo amarraron a una ambulancia para trasladarlo a un hospital. Allí le practicaron una desintoxicación por 12 meses, pero Javier recayó más de una vez. Su caso era tan complejo que lo enviaron a una Fundación de Rehabilitación en Tuparro, un parque nacional natural localizado en la Orinoquía en Colombia, frontera con Venezuela.
Nueva vida
El tratamiento tiene una estrategia definitiva: Cuando a Javier le dieran ganas de consumir drogas nuevamente, pues tenía que atravesar el río Orinoco, y por su gran extensión, cualquiera se abstenía y decidía cambiar de pensamiento.
Hoy, 25 años después, "Él ángel de las cenizas de ‘El Cartucho’" es un regetonero que vive con su mamá en el barrio Bomberos de la localidad de Kennedy. Su forma de ganarse la vida es cantando en bares los fines de semana: al sur, al oriente o al norte de la ciudad de la ciudad. Javier Pertuz compone y canta porque en el arte encontró el efecto liberador de las drogas y de las desgracias que a los 6 años le destinó una malvada madrastra.
Por: Viviana Córdoba
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