Colombia ha vivido en los últimos meses o tal vez años, unos tiempos de una delicada tensión, porque por fin el pueblo está abriendo los ojos, luchando por sus ideas, demostrando que vale la pena guerrearla por un ideal.
Los maestros, los cultivadores, los campesinos, los taxistas, los camioneros, y varios gremios en general, han tenido que suspender sus actividades para reclamar lo que es justo, sus derechos como seres humanos.
Pero realmente el peligro está en pensar que se va a solucionar algo. Tenemos un gobierno lleno de gente inconsciente, inhumana, que no siente ni un poquito las necesidades del otro, ni se pone en sus zapatos para tomar decisiones justas.
Un país que se ha tomado las calles de distintas ciudades, para pelear por la justicia, por lo que es propio, por el cumplimiento de los deberes humanos.
Un país donde hay más preocupación por los deberes que por los derechos, que no inculca el más mínimo respeto por los demás, en donde vale una clase de economía pero no una de ética para entender el verdadero valor de una sociedad.
Hay que saber que los derechos de los colombianos son amparados por la Constitución, un libro que los gobernantes exigen respetar al pueblo, pero que ellos incumplen con sus promesas falsas, con su falta de interés.
El trabajo es escaso, y las personas que tienen un empleo digno, no tienen por qué mendigar un sueldo, un dinero que se han ganado con esfuerzo y dedicación.
Nos merecemos un país libre, con oportunidad de recambio, donde surjan nuevos líderes, personas capaces de tranformar el mundo, gente abierta.
Ojala Colombia entienda que los esfuerzos valen la pena, y las futuras generaciones entenderán el valor verdadero de una sociedad, llena de libertad, de formas de pensar, y donde el libre albedrío debe primar, donde cada uno haga lo que quiera, pero no lo que le de la gana, respetando las libertades de los demás, inclusive el derecho a la protesta, el derecho a pelear por lo propio.
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